Asumí que nadie jamás me va a mirar a los ojos y me va a ver a mí, a esa persona llena de ilusiones, llena de pensamientos positivos, llena de vida que lucha cada día. Lo que queda de mí es solo un pedacito lleno de miedos e inseguridades. El juguete roto que ningún niño querría tener, el que se queda en la estantería, que pierde el color por el paso del tiempo y que al final se regala a alguien que no lo quiere pero al menos lo tiene ahí, esperando a que pase el tiempo suficiente para desecharlo porque su valor es insignificante.
No creo en el amor, ni en la suerte, ni en la felicidad porque ellos no creen en mí.